Tuesday, November 28, 2006

Georg Ferdinand, con motivo de su confirmación, recibió la siguiente carta de su padre, Georg Woldemar Cantor:

Querido Georg:

Que la bondad del Altísimo, el Creador del Universo y Padre de todas las criaturas vivientes, convierta este día en bienaventurada influencia para el resto de tu vida. ¡Mantén ante tus ojos, constantemente y sin flaquear, todas las piadosas resoluciones que, sin duda, has tomado hoy, en silencio, como si se tratara de un voto solemne!... El futuro de una vida y el destino del individuo le son ocultados en la más profunda oscuridad. Y es bueno que sea así. Nadie sabe de antemano en qué increíblemente difíciles situaciones e incidentes profesionales caerá por causalidad, contra qué imprevistas o imprevisibles calamidades y dificultades tendrá que luchar a lo largo de su existencia. Con cuánta frecuencia los individuos más prometedores son derrotados tras una ligera, débil resistencia en las primeras escaramuzas importantes frente a las cuestiones prácticas de la vida. Roto su valor, se atrofian, y, en lo sucesivo, e incluso en el mejor de los casos, ¡serán lo que suele llamarse un genio echado a perder!... Verdaderamente, no es raro que los jóvenes acaben así, inclusive aquellos que aparentemente están dotados de las más prometedoras cualidades de alma y cuerpo, y cuyas perspectivas futuras, a través de sus aptitudes y de las conexiones familiares, a edad temprana, ¡eran las más favorecedoras del mundo!

¡Les faltaba ese corazón firme del que todo depende! ¡Sí, mi querido hijo! Créeme, tu más sincero, verdadero y experimentado amigo –ese corazón seguro, que debe habitar en nosotros, es: ¡un verdadero ánimo religioso! Se revela a sí mismo a través de un sincero, humilde sentimiento que acompaña a la más agradecida reverencia de Dios, de la que este sentimiento crece, así como la victoriosa, inquebrantable, persistente fe en Dios, la cual nos soporta y mantiene a lo largo de toda nuestra vida en esa comunión silenciosa y carente de dudas con nuestro Padre celestial...

A fin de prevenir todas las tribulaciones y dificultades que inevitablemente se levantan contra nosotros, ya sea por celos o calumnias de nuestros enemigos, conocidos o secretos, en nuestra noble aspiración al triunfo en la actividad o negocio de nuestra elección, y a fin de combatirles con éxito, uno necesita, sobre todo, adquirir y apropiarse de la mayor cantidad posible de habilidades y conocimientos técnicos. Hoy en día, son una absoluta necesidad si el hombre ambicioso y trabajador no quiere verse apartado por sus enemigos y verse forzado a permanecer en segunda o tercera fila.

Para procurarse de diversos, completos, científicos y prácticos conocimientos; para el perfecto aprendizaje de lenguas y literaturas extranjeras; para el desarrollo en todas sus facetas de la mente en muchas disciplinas humanísticas -¡y de esto debes ser siempre consciente!- para todo esto el segundo periodo de tu vida, tu juventud, recién comenzada, está destinado, a fin de que, primero, te hagas dignamente con estos medios y te sirvan para las luchas venideras. Todo lo que uno descuida en este periodo, o lo desperdicia por exceso de fuerzas, salud y tiempo, por así decirlo, es, irreversible e irreparablemente, perdido para siempre; así como la inocencia, una vez perdida, es para siempre, por toda la eternidad, irremediablemente, perdida...

Me despido con estas palabras: tu padre o, más bien, tus padres y todos los miembros de la familia tanto en Alemania como en Rusia y Dinamarca tienen sus ojos puestos en ti, ya que eres el mayor, y esperan que no seas menos que un Theodor Schaeffer y, Dios mediante, posteriormente, quizá, una estrella brillante en el horizonte de la ciencia.

¡Que Dios te dé fuerza, persistencia, salud, juicio acertado y Sus más altas bendiciones! Debes seguir, por tanto, sólo sus caminos. ¡Amén!

Tu padre.


Un contexto, si cabe, similar había producido unos años antes un poeta, destinado al fracaso según los estándares proféticos de Georg Woldemar. [1]La enfermedad mental abrumaría a la familia. Una benigna reclusión acompañará a Hölderlin en sus últimos años y quizá el corazón de Georg Ferdinand no fuese tan firme (fest) como su padre deseara.
Hölderlin, en un poema publicado por su amigo y biógrafo Waiblinger en 1823, y, probablemente, escrito en el periodo oscuro de la vida, nos pregunta

¿Es Dios desconocido?
¿Se manifiesta como el cielo?
Eso tiendo a creer. Tal es la medida del hombre.
Bien merecido, pero poéticamente
habita el hombre esta tierra. Sin embargo,
la sombra de la noche estrellada no es más pura,
si puedo afirmarlo así,
que el hombre, de quien se dice
hecho a imagen de Dios.





[1] Estricto estudio, introspección, superación, sacrificio, trabajo, ambición,
el esfuerzo como fin en sí mismo... ethos que gira en torno a la consecución y, por tanto, a la acción. La practicidad, las pequeñas amarguras que acompañan el desenvolverse en la vida adulta adquieren un sentido trascendente y, en definitiva, se soportan mejor. Una ayuda al vivir que acaba exigiendo demasiado (al menos para determinados individuos). ¿Se debe seguir así? Esta estrategia dio buenos resultados; en determinados ambientes los seguirá dando. Ahora ya sólo podemos hablar de ello, comparar y no elegir. Quizá nuestro bienestar no permite apreciar el esplendor de la dureza.

Tuesday, November 21, 2006

Traduzco el artículo publicado por Ian Buruma en The Sunday Times con fecha 19 de noviembre del 2006:



La liberal Holanda aprieta el botón cultural del pánico

Los holandeses se apartan del multiculturalismo después de dos asesinatos de alto perfil. Al mismo tiempo que Gran Bretaña, también agitada sobre su mezcla social, Ian Buruma sugiere una salida.

Hasta hace algunos años los holandeses se enorgullecían de ser los más tolerantes, la gente más progresista de la tierra. Si el multiculturalismo iba a funcionar en alguna parte, tenía que ser en Holanda. Ésa era la opinión, de todos modos, de la élite intelectual que, en su amplia mayoría, era de disposición izquierdista.


El multiculturalismo siempre fue muy popular entre aquellos que se sentían lo suficientemente ilustrados como para aceptar en su seno la presencia de inmigrantes que, en raras ocasiones, se cruzarían en su vida diaria. Históricamente, también, se daban cuenta de los peligros que engendra la discriminación racial o religiosa. Como a algunos les gustaba señalar, “Auschwitz” era el destino inevitable del fanatismo. En Holanda, un país que había perdido el 70 % de su población judía en el Holocausto, esta advertencia poseía un vigor particularmente sombrío.

Después del asesinato en Ámsterdam de Theo van Gogh, el cineasta, hace dos años, por un jihadí musulmán nativo (Van Gogh había realizado una película, Sumisión, sobre la opresión de las mujeres musulmanas) se creó un consenso entre los comentaristas holandeses de que el multiculturalismo había sido un desastre y de que el apaciguamiento en nombre de la tolerancia había llevado, de forma directa, al asesinato de un hombre que, simplemente, había ejercido su derecho a la libertad de expresión.

Van Gogh, un provocador nato al que le gustaba tantear los límites de la libertad siendo tan ofensivo como fuera posible- tanto para los judíos, como los cristianos o musulmanes, o, ciertamente, contra cualquiera que no le gustara- ha renacido, en la actualidad, como una especie de santo patrón holandés de la libertad, el legítimo heredero de Erasmo y Spinoza. Van Gogh no era Spinoza y menos aún Erasmo, pero, claramente, hay un problema (no sólo en Holanda, por supuesto) cuando alguien recurre a la violencia extrema, o a la amenaza de usarla, contra aquellos conciudadanos cuyas opiniones no comparte.

No puede haber tolerancia para los islamistas revolucionarios que creen que aquel que ataca su fe debe morir, así como no debe haber tolerancia para ningún otro tipo de violencia política o religiosa. Pero, ¿significan los asesinatos cometidos en Ámsterdam, Madrid o Londres, en el nombre del Islam, que la idea multicultural está muerta?

El problema con mucha de la propaganda multicultural (así como de los alegatos contra ella) es la asunción de que el monoculturalismo existió una vez. Cuando yo crecí, dentro de la clase media-alta de la Haya durante los años sesenta, la sociedad holandesa era totalmente blanca. No había musulmanes o negros en mi clase.

Sin embargo, la sociedad estaba lejos de ser monocultural. Los católicos tenían sus propias escuelas, clubes de fútbol, periódicos, estaciones de radio, partidos políticos, agrupaciones estudiantiles, residencias para jubilados y, también, probablemente, asociaciones de coleccionistas de sellos. Lo mismo es cierto para los calvinistas ortodoxos, la iglesia holandesa reformada, los liberales protestantes, etc. Los matrimonios entre protestantes y católicos eran seguramente más raros que los matrimonios mixtos con musulmanes hoy día.
Si las diferencias religiosas importaban, casi tanto lo era la clase social. El acento te delataba, como sucedía en Gran Bretaña, pero uno podía adivinar el estrato social de un hombre, en la Haya, por el estilo de sus zapatos. La sociedad en la que crecí estaba llena de barreras sociales y religiosas. La gente conseguía socializarse gracias, quizá, a un gusto compartido por las patatas demasiado cocidas y el equipo holandés de fútbol, pero, por lo demás, se mantenían sólo dentro de su grupo.

Todo esto empezó a cambiar en los sesenta cuando los así llamados “pilares” que mantenían unidas las afiliaciones culturales y religiosas comenzaron a tambalearse bajo el asalto de una generación que se rebelaba contra las restricciones tradicionales en su vida sexual, cultural y social.

Era el tiempo de las fiestas sexuales (organizadas por la revista Suck, para la que Germaine Greer posó desnuda una vez), de las bombas de humo lanzadas contra la carroza dorada de la reina y el “Ho Ho Ho Chi Minh” sobre las empedradas calles de Ámsterdam. Nada de esto era exclusivo de Holanda, pero, dado el trasfondo puritano del país, el cambio fue particularmente dramático.
Por la misma época en que los jóvenes se dejaron el pelo largo, musulmanes de Turquía y Marruecos llegaron para realizar los oficios que los prósperos holandeses ya no tenían ganas de ejercer. Al principio, la gente apenas notaba esas figuras sombrías que limpiaban trenes y otras cosas: fue una vez que sus familias se instalaron, una década más tarde, y nacieron sus hijos, cuando los vecindarios de trabajadores comenzaron a llenarse de carnicerías halal, mezquitas y antenas parabólicas sintonizadas con las emisoras árabes y del norte de África. Esto sucedió cuando el boom económico hacía tiempo que había pasado.

Las creencias de la mayoría de los marroquíes y turcos que se establecieron con sus familias en los barrios más depauperados de Ámsterdam o en el centro de Rótterdam tenían poco en común con los recientemente secularizados y liberados holandeses. Pero los ideales progresistas y multiculturales sostenían que esto no importaba. Cada uno a lo suyo. Puede que no nos guste la manera en que los musulmanes tratan a sus mujeres e hijas, pero ¿quiénes somos nosotros para afirmar que nuestros modales son mejores? Rara vez se hablaba sobre los altos índices de criminalidad y desempleo en las zonas de inmigración y aquellos que lo intentaban eran frecuentemente calificados de racistas.

Señalar que el estado de bienestar frecuentemente producía el efecto de atrapar a los jóvenes inmigrantes en un estado de dependencia de las ayudas gubernamentales, aumentando el resentimiento anti inmigrante, también se oponía a la ortodoxia progresista. Un mercado laboral flexible y transigente constituye, con frecuencia, la manera más rápida para que los inmigrantes encuentren su lugar en una nueva sociedad, sin importar lo humilde que sea el oficio desempeñado. En Holanda, como en Francia, demasiadas leyes y reglamentaciones, así como un profunda tendencia a la discriminación racial, hacen difícil para los recién llegados el encontrar trabajo. En tal situación la gente joven encuentra su camino a través de delitos menores y causas violentas, sin importar lo mucho que prediquemos las virtudes del multiculturalismo.
La reacción al idealismo multicultural en los noventa se desarrolló en dos frentes. La fatwa contra Salman Rushdie movilizó a los progresistas urbanos, muchos de los cuales habían sido multiculturalistas anteriormente, contra la intolerancia islámica. Más abajo en la escala social, la gente comenzó a sentir que había sido traicionada por las élites que, especialmente en Holanda, habían antepuesto el idealismo europea frente al orgullo nacional y no se habían dado cuenta de en qué momento el pueblo llano comenzó a sentirse extraño en las calles en las que había crecido.

El partido nacional británico de Nick Griffin apela a este mismo tipo de sentimiento. Después de que un jurado le absolviera de fomentar el odio racial hace dos semanas, Griffin señaló que el veredicto mostraba que “un gran abismo se extiende entre la gente real y corriente y el mundo fantástico, el mundo fantástico y multicultural en que nuestros amos viven.”

En sus últimos tiempos, Pim Fortuyn, el político de la derecha holandesa asesinado en el 2002 por un fanático vegano, basó su éxito político en una forma holandesa peculiar de populismo. El no era un rabioso ultraderechista como Griffin. La genialidad de su táctica consistía en que fue capaz de atraer tanto a la población urbana cosmopolita como a las masas decepcionadas.

Abiertamente homosexual, se promovió a sí mismo como un heroico defensor de las libertades holandesas contra el “atrasado” Islam. Como “hombre del pueblo” prometió hacer retornar a sus compatriotas a los buenos viejos tiempos antes de que todo esos extranjeros llegaran. Nacido y educado en el seno del catolicismo antes de convertirse en socialista, Fortuyn siguió el camino de la mayoría de los intelectuales contrarios al multiculturalismo y al relativismo. Siempre un creyente, la desilusión no le llevó al escepticismo sino a otra forma de celo.
Los inmigrantes, especialmente los musulmanes, se convirtieron en la raíz de un descontento anclado en profundos miedos. La combinación de capitalismo global, burocracia europea y el excesivo individualismo hicieron que mucha gente se sintiera fuera de lugar e impotente. El resentimiento contra los musulmanes inmigrantes y el rechazo, en Holanda y Francia, de la constitución europea son aspectos del mismo ataque contra el multiculturalismo, eurócratas y la clase alta bien pensante que ignoró al hombre común.

A Van Gogh, el director de cine, no le preocupaba -hasta donde sé- la Unión Europea, pero admiraba a Fortuyn porque vio en él a un inconformista y, sobre todo, un azote de la autoridad establecida. Si esto era la derecha, era la forma de ser de derechas de la generación de los sesenta que se había hecho mayor.

Para Fortuyn, Van Gogh, Ayaan Iris Ali (que escribió el guión que llevó al asesinato de Van Gogh) y sus partidarios holandeses, los inmigrantes musulmanes trajeron un choque de civilizaciones al corazón liberal de Europa. La noción de incompatibilidad cultural entre el Islam y la cultura liberal occidental se daba por entendida.

Juzgar el extremismo religioso violento a través del prisma de la cultura puede resultar tentador, pero yerra el tiro. Los aldeanos marroquíes de Holanda, como los bangladeshíes que vinieron a Gran Bretaña, mantuvieron su vieja cultura. Pero no son revolucionarios. Son sus hijos y nietos, tales como Mohammed Bouyeri, el asesino de Van Gogh, nacido y criado en el Oeste, los que se ven atraídos por el Islam revolucionario.

El más puro Wahhabismo Saudí o incluso las más radicales sectas Taqfiri, que promueven la muerte de todos los infieles y apóstatas, atraen a algunos musulmanes europeos precisamente porque esta nueva generación carece de tradición cultural. Su atractivo se encuentra en la promesa de una utopía abstracta y religiosa, tan lejos de la vida en la aldea marroquí o bangladeshí como de las costumbres contemporáneas en Rótterdam o Birmingham. Es un don del cielo, por decirlo así, para aquellos que no se sienten a gusto en ninguno de los dos mundos.

Los intentos realizados en Holanda y Gran Bretaña para obligar a compartir una idea bastante borrosa de britanicidad u holandicidad a través de la prohibición de burqas y otros tipo de velos, o por hacer obligatorio el hablar holandés en los lugares públicos, o inquietarse porque hay chicos nacidos en Bradford que animan al equipo de críquet de Pakistán es, también, errar el tiro. Bouyeri hablaba sólo holandés y los suicidas de Londres en Julio del 2005 eran más británicos, en gusto y estilo, que sus padres, que nunca habían causado ningún problema.

Las mujeres que eligen llevar burqas y la mayoría de los seguidores de la neo ortodoxia islámica lo hacen con un espíritu de desafío no sólo contra el país en que crecieron, sino también contra sus padres y las costumbres de la aldea. Lejos de ser el producto de una comunidad cultural atrasada, los nuevos creyentes son en su mayoría solitarios que descargan su extremismo ideológico a través de Internet, tal como hizo Bouyeri.

El imponer una uniformidad cultural o afirmar que el Islam es incompatible con los valores europeos o denigrarlo como “una civilización inferior” es la mejor manera de acumular más desafío o, peor, crear más simpatía por los islamistas revolucionarios.

Sería mejor el repensar el multiculturalismo recogiendo sus mejores trozos y rechazando sus sesgos. Los Estados Unidos comenten muchos errores pero una cosa que funciona es su idea del ciudadano-guión: chino-americano, iraquí-americano. El ser un musulmán devoto no está reñido con ser un patriota americano. Esto funciona porque la ciudadanía no es una cuestión de cultura sino de lealtad a las instituciones, la ley, la constitución, el sistema político. Para mí es el mejor legado de la Ilustración.

Los europeos, incluso aquellos que viven en la más liberal de las sociedades, encuentran difícil aceptar esto. Pero el Islam es ahora parte del paisaje europeo. No es una traición a “nuestros valores” el ser flexible hacia las costumbres y creencias que no todos comparten.

Que la gente lleve el velo si así lo desea. El Islam como tal no es incompatible con la democracia liberal. La imposición revolucionaria de la fe sí lo es, pero sólo se la podrá contener si la corriente mayoritaria de musulmanes se siente aceptada como ciudadanos.

La única demanda que deberíamos hacer a los inmigrantes y su progenie es el respeto por la ley, incluyendo las leyes que garantizan el derecho a la libertad de expresión. Esto no es rendirse a la revolución islámica. Por el contrario, es la única forma de combatirla.


Ian Buruma 2006

Tuesday, November 07, 2006

En mi edición de la Encyclopædia Britannica, el artículo sobre Heraclio está escrito por Enno Franzius. Se trata de una de esas contribuciones modestas que pueblan la Británica y que aportan un conocimiento poético, alejado del trabajo analítico y llena de dudas de Kaegi. Si tenemos en cuenta lo limitado de nuestras fuentes sobre el periodo, Heraclius, Emperor of Byzantium permanecerá como obra de referencia durante mucho tiempo. Alas!

Saturday, November 04, 2006

Me interesa la historia de Bizancio y, sobre todo, lo referente a Heraclio, el primer emperador que se enfrentó al Islam. En inglés existe una biografía de Walter Kaegi[1] que, aunque satisfactoria en su conjunto, se permite ofrecer hipótesis sobre el comportamiento de Heraclio en sus últimos años rayanas en la boutade: sugerir que pudiese padecer síndrome de estrés postraumático ocasionado por su prolongada lucha contra los persas –sin que, a través de la lectura, obtengamos datos en apoyo de esa categoría diagnóstica- es una explicación ridícula para algo tan simple y tan repetido a lo largo de la historia como la falta de capacidad para comprender y encarar fenómenos nuevos en un momento biológico inadecuado.

[1] W. Kaegi, Heraclius Emperor of Byzantium, Cambridge University Press, 2003